Europa se acerca a la hora de la verdad

La posibilidad de que Grecia salga del euro y de que España pida ayuda a Europa para sus bancos revolucionan la agenda europea y la cumbre del miércoles

El engaño. Uno de los animal spirits esenciales de esta época es el descubrimiento de un engaño por la existencia de zonas de sombra en el aparato productivo y financiero, por falta de reglas, por mala supervisión. El dinero no huele, decían los romanos, pero todas las grandes crisis desprenden un hedor parecido: empiezan con un escándalo. Los amaños en las cuentas de Enron detonaron la burbuja puntocom hace una década. Hace un lustro, los tejemanejes de la banca con las hipotecas subprime provocaron la crisis financiera. Los griegos desataron la inacabable crisis europea al admitir que mintieron como bellacos en sus cuentas públicas a finales de 2009. Ahora, las sospechas acerca de los balances de los bancos españoles e incluso del déficit, alimentadas por el propio Gobierno al poner en la picota al mismísimo Banco de España, abren una nueva etapa de la crisis europea, ese extraño delirio del que no sabemos cómo despertar.

Grecia y el sistema financiero español, con la esperpéntica nacionalización de Bankia como clave de bóveda, son los nuevos hombres lobo a los que invoca Europa para asustar a los niños. Lo que parecía imposible no solo es ya imaginable, sino que un coro cada vez más vociferante lo considera deseable: Europa nunca ha estado tan cerca de una ruptura por abajo (Grecia) o del rescate de uno de los grandes países (las ayudas a España para la banca).
Ambas opciones son delicadísimas. El más elemental principio de prudencia obligaría a evitarlas. Por miedo: tendrían potenciales efectos contagio devastadores. Y porque hay margen: Europa puede levantar el pie del freno de la austeridad; el Banco Central Europeo (BCE) tiene una enorme capacidad de maniobra; España no está todavía en zona de intervención (paga el 6,4% por su deuda a 10 años cuando los rescates se activaron por encima del 8%). “Hay todavía un camino, cada vez más estrecho, para tratar de sortear la situación en Grecia y en la banca española si hay voluntad política”, apuntan fuentes europeas.
Al final siempre surge algo in extremis que deshace el nudo gordiano de la crisis. Aunque quizá esta vez no. Cualquier cosa es posible tras la ruptura del tabú: el presidente francés, François Hollande, cree deseable el rescate europeo de los bancos españoles; la canciller Ángela Merkel ha sugerido un referéndum sobre el euro en Grecia y martillea con sus planes de contingencia por si los griegos hacen honor a ese adagio que afirma que todas las grandes crisis europeas empiezan en los Balcanes.
Todo eso obliga a Europa a un cambio de guión de última hora para la próxima cumbre. Si hace unos días esa reunión iba a ser la presentación en sociedad de Hollande y de sus ideas sobre el cambio de tono respecto al crecimiento, ahora la tensión obliga a revolucionar la agenda. Merkel, Hollande y compañía deben responder dos cuestiones cruciales. ¿Debe Grecia salir del euro, a la vista de que los rescates no funcionan, del desencanto de los griegos? ¿Debe pedir España dinero a Europa para ayudar a sus bancos a tapiar el agujero del ladrillo, que tal vez sea inmanejable? Solo las preguntas un poco ingenuas son verdaderamente profundas; por eso esos interrogantes se pueden resumir en uno: ¿Cree Europa en su propio proyecto?
Se imponen dos formas de responder; ninguna de ellas del todo convincente. Por un lado, el ya habitual lenguaje tremendo-colorista y apocalíptico, comprensible por la gravedad de lo acaecido en 15 días, criticable por esa tendencia a la exageración tan propia de esta crisis fáustica, capaz de hacer famosos a los casandras más delirantes. La segunda opción es la negación: la inacción, con la Comisión convertida en estatua de sal a la espera de que Berlín y París decidan qué camino tomar. Bruselas, carente de impulso político, se limita a amenazar a Grecia y a advertir de que no va a negociar nada, salga lo que salga de las urnas en un plazo de un mes que se adivina agónico. Y Bruselas circunscribe su respuesta a la crisis bancaria española a una danza de silencios y sobreentendidos que nadie es capaz de descifrar.
“Las dos cosas, una salida de Grecia de graves consecuencias y una intervención en la banca española, son cada vez más probables. Si se producen y no vemos un impulso extraordinario por parte del BCE en los mercados, y también por parte de Berlín, París y de las instituciones europeas con pasos inequívocos hacia alguna forma de unión política, habrá colas en los bancos, salidas de capitales de toda la periferia y un reguero de quiebras de países”, avisa por teléfono desde Nueva York el profesor de Harvard Ken Rogoff, autor de una monumental historia de las crisis financieras durante los últimos ocho siglos. “Hay una posibilidad: comprar tiempo con el BCE, los estímulos y la suavización del déficit, pero en última instancia los bancos españoles van a necesitar recapitalizarse”, añade Guntram Wolf, del laboratorio de ideas Bruegel. Tano Santos, de la Universidad de Columbia, califica de “peligrosísima” una intervención en España. “En el preciso momento en que se haga se secará la liquidez para todo el país, y no hay dinero oficial suficiente para un caso de la magnitud de España. El Gobierno debe resolver de una vez por todas el problema de credibilidad y de capital del sistema financiero. Para eso va a hacer falta dinero del exterior. Y los inversores no van a entrar a no ser que España disponga de suficiente capital público como para limpiar las primeras pérdidas, que están ahí”. Lo mismo ocurre con Grecia, que apenas supone el 2% del PIB europeo pero cuya salida del euro provocaría un impacto en el sistema financiero cercano al medio billón de euros, según Citi, solo manejable con un diluvio de liquidez del BCE y siempre que las fugas de depósitos no fueran generalizadas.
Justo cuando volvía el debate entre austeridad y crecimiento, la situación se complica de tal modo que esa controversia es casi secundaria: la banca vuelve a estar pendiente de un hilo, como en el peor momento tras la quiebra de Lehman Brothers. “El sentido común dice que Europa no ha aguantado dos años y medio en Grecia para abandonar ahora el país a su suerte y abrir una crisis de consecuencias inimaginables. Los líderes europeos no están tan locos como para no saber que España es demasiado grande y que una intervención, aunque solo sea en la banca, podría ser el principio del fin, por lo que lo probable es algún remedio vía BCE. A veces hay que tocar fondo para reaccionar”, sostiene un diplomático.
Todos los caminos llevan a Berlín y Fráncfort. Hay una constelación de factores que pueden obligar a Alemania a abrir la mano para que Europa no se vea abocada al peor de los mundos. “Pero hay razones también para pensar que Berlín no ha aprendido nada de su historia, y que la aproximación disciplinaria que ha impuesto traspasa todos los límites”, apunta Paul De Grauwe, de la London School of Economics. Rogoff lo resume con dureza: “O Alemania acepta inflación (subidas salariales, estímulos, un BCE a la americana, lo que haga falta) o veremos suspensiones de pagos, cadáveres políticos y para ellos mismos será durísimo”. Al final, el mayor de los riesgos es siempre político. De liderazgo. Ahí radica el problema de Europa desde hace tiempo: las soluciones a los problemas de la eurozona no son inimaginables, son posibles; pero no hay tracción política suficiente para activarlas. No hay ninguna salida evidente para el gran problema que aflige a la UE: la decepción de la opinión pública, en parte por el déficit democrático, en parte por la crisis de legitimidad de la Unión. La UE nunca fue especialmente popular entre los nórdicos; la novedad es que la crisis del euro está haciendo que su impopularidad crezca incluso al sur de los Pirineos, donde se veía como la última utopía factible. En el Sur cada vez más gente culpa del exceso de austeridad a la UE y al BCE. En Alemania y otros países del Norte, responsabilizan a la Unión por haberles obligado a ayudar a los pecadores sureños. “Y, paradójicamente, cualquier solución consiste en más Europa”, concluye Charles Grant, del Center for European Reform. A corto plazo, pasa por el BCE (“solo las intervenciones del banco central tienen credibilidad”, explica el analista Juan Ignacio Crespo, “porque implican algo más que palabras”). A medio, por recuperar crecimiento: París y Berlín tienen mucho que decir esta misma semana, en Bruselas. Y a largo plazo hace falta algo parecido a un agencia europea de deuda, más unión fiscal, una UE que se decida a ser algo más que un club económico: para eso hacen falta líderes en París, en Berlín, en Bruselas y en Tombuctú. ¿Dónde están esos líderes?
Fuente: elpais

Informme: Corralito en los bancos?.

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