El chavismo pugna por la preservación de sus valores frente a la coyuntura económica


Alguien se ubicará en el centro de una plaza y verá cafés al aire libre, una librería, una tarima que aguarda el concierto de la noche. Se enterará que hay un festival de teatro. Girará la mirada y, a menos de 200 metros, observará un espeso contingente de policías protegiendo el edificio del Consejo Nacional Electoral (CNE). No hay paso desde que el Ejecutivo decretó el estado de excepción. A una cuadra hacia al norte divisará una avenida por la que transitan manifestantes vestidos de rojo que, al pasar por el hemiciclo del Parlamento controlado por mayoría de derecha, gritarán: "Y va a caer, y va a caer, esta Asamblea va a caer". Entenderá que está en Caracas, en el centro de la capital venezolana.


Entre el Parlamento y la plaza, empujando una carretilla con un estante artesanal hecho de madera, se topará con el señor Nelson Palmar, un vendedor ambulante de café que por 60 bolívares ofrece un vaso pequeño de bebida almibarada para espabilar la tarde de lluvia y calor. "Todo lo consigo bachaqueando", admite, como excusándose del costo de un par de sorbos negruzcos.

Entonces, surgirá la duda: ¿Qué es el bachaqueo? Si se consulta el diccionario en busca del término, apenas se encontrará con la palabra 'bachaco', que en su tercera acepción se refiere a una "hormiga grande y voraz". Con ese dato se comprenderá, vagamente, de lo que habla el señor Palmar.

'Bachaquear' es uno de los verbos más utilizados por estos días en Venezuela. No existe formalmente pero ha pasado a conjugar la cotidianidad y se usa indistintamente: bien para referirse a la búsqueda diaria de bienes de primera necesidad para surtir las despensas de la casa o para aludir una actividad ilegal que consiste en adquirir productos a precios subsidiados o regulados por el Estado con el propósito de revenderlos con ganancias de cientos por ciento. Es, también, el tema recurrente y prioritario en cualquier conversación casual.

El señor Palmar, por ejemplo, no ha terminado de servir el café y cuenta que consigue el kilo en 3.200 bolívares y el de azúcar en 2.000, cuando el precio oficial es de Bs. 694 y Bs. 20, respectivamente. Él lo compra a los revendedores ilegales, también llamados 'bachaqueros', y si tiene suerte lo adquiere al costo regulado después de pasar largas colas en supermercados.

La incorporación de esos términos en el lenguaje encarna una amenaza peor a la de la violencia

El término, aunque nuevo, dispara las alarmas del psicólogo social e investigador Leoncio Barrios, para quien el bachaqueo "es oprobioso porque no solo refleja una transacción económica anómala y rebaja la autoestima del país, sino que reduce al sujeto a la necesidad básica de conseguir el sustento, lo deprime, lo desgasta".

"La incorporación de esos términos en el lenguaje encarna una amenaza peor a la de la violencia: una incertidumbre que abona el sentimiento de desamparo", comenta el profesor universitario, quien considera que para contrarrestar el efecto simbólico de esas palabras debe apostarse a un discurso "que apunte a las posibilidades de construir futuro".


Al cierre de 2015, según el Banco Central, la inflación registrada en Venezuela fue superior al 180% con una contracción de 5,7% del PIB. Fuentes ajenas a la institucionalidad consideran que las cifras son aún más alarmantes. La caída sostenida de los precios del petróleo afectó severamente la economía de la nación monoproductora de hidrocarburos y evidenció, nuevamente, el poder fáctico de las empresas privadas que controlan el monopolio de la producción de alimentos y, por esa vía, ejercen presión política junto a la derecha venezolana.

La difícil situación económica forzó el revés electoral que tuvo el chavismo en las elecciones parlamentarias en diciembre de 2015 y lo puso ante el reto, por primera vez, de gobernar con la Asamblea Nacional en contra. La apuesta de la oposición, desde entonces, ha sido arreciar el discurso de la violencia y hablar de un "estallido social inminente" para hacerse con el poder político.

Pero para el ministro de Cultura, Freddy Ñáñez, ese plan de una guerra fraticida ha fracasado porque "si bien se percibe un estado anímico de angustia dominante, hay una fortaleza que subyace en todo". "La gente sigue yendo al teatro, al cine, al trabajo, hace su vida enfrentado la adversidad. Eso sólo se puede explicar desde la esperanza y creo que eso persiste en la gente", dice.

Ñánez, sin embargo, reconoce que el sentimiento de desesperanza empezó a inocularse desde la enfermedad y posterior fallecimiento del líder bolivariano Hugo Chávez, lo que dejó al mandatario Nicolás Maduro en un país "asaltado por la propaganda para exaltar la tristeza en primer lugar y luego el desengaño y el desamparo".

"La palabra 'patria' fue la primera en sufrir ataques semánticos como los que padeció en su momento la palabra 'colectivo' o, mucho antes, la palabra 'pueblo'. Pero nuestra apuesta es a sostener la política, el proyecto de un 'nosotros', lo que implica la exaltación de los principios que nos constituyen, nuestra capacidad de investir el futuro", recuerda.


En paralelo al fenómeno del bachaqueo, que, a juicio de Barrios, exalta "lo peor de la crisis, el egoísmo, el sálvese quien pueda", emergen respuestas colectivas –desde el gobierno y las comunidades– que tratan de paliar la situación económica sobre la base de la organización y la solidaridad.

"Las comunidades, en medio de la coyuntura, demuestran cómo lo colectivo resurge por todas partes ante la agresión de la derecha, con o sin intermediación del Estado. Eso dice mucho de nuestro pueblo. No es casual, entonces, que los principales ataques de la oposición sean en contra de la organización popular: a ellos les conviene una sociedad capitalista que vea la individualidad como valor superior", sostiene el periodista y analista político Freddy Fernández.

Al respecto, Barrios coincide: "La situación ha abierto cadenas de solidaridad. Los familiares, los vecinos, han empezado a agruparse como pequeñas cooperativas para compartir información de dónde se venden ciertos productos escasos o para intercambiar otros, especialmente en las clases populares y la capa media".

Esa respuesta no es fortuita. Incluso el año pasado cuando se agravó la crisis económica, Venezuela figuró como el cuarto país más feliz de la región y el vigésimo tercero del mundo, de acuerdo al 'Informe Mundial de la Felicidad 2015'. El estudio consideraba entre sus variables el PIB per cápita, la esperanza de vida, la confianza en el otro y la generosidad.

Uno va resolviéndose así, entre los amigos, la familia. Nos las arreglamos para todo

El dato estadístico lo confirma la señora Yatzury Itriago mientras hace una fila de dos decenas de personas para comprar pan en un local a pocas cuadras de su casa. Aunque tiene semanas sin conseguir harina de maíz para hacer arepas (uno de los carbohidratos más consumidos por los venezolanos), de su brazo cuelga una bolsa con un paquete de harina de trigo que le regaló un vecino.

"Uno va resolviéndose así, entre los amigos, la familia. Nos las arreglamos para todo", comenta ella, que madruga todos los lunes a las 3:00 de la mañana para comprar productos regulados en un automercado, que se pone de acuerdo con sus hijos para turnarse en las colas y que ha cambiado sus hábitos de consumo para evitar adquirir productos a los bachaqueros porque esa práctica lesiona ostensiblemente su economía familiar.


Aunque Barrios considera que ni el chavismo ni la oposición se conectan actualmente con las necesidades concretas de los venezolanos, insiste en que la victoria política sobre la coyuntura actual estará sobre el grupo que sea capaz de transmitir y mantener la esperanza, más allá de la dificultad económica.

En esa encrucijada, el discurso opositor ha estado disperso. Algunos de sus voceros se han concentrado en promover una campaña por el referendo revocatorio, otros aúpan el intervencionismo extranjero y un grupo apuesta a exacerbar la conflictividad social con la esperanza de un "estallido popular" similar al Caracazo, una opción que el chavismo descarta y que Barrios, desde otra acera política, también: "Este no es el mismo país de 1989".

Entretanto, los sectores identificados con la Revolución Bolivariana han intensificado en las últimas semanas su llamado a lo que el ministro de Cultura de Venezuela denomina "la dignificación de la vida social" con la realización de un festival de teatro nacional, la convocatoria a un encuentro mundial de poesía y la movilización de intelectuales y creadores que buscan abonar el campo de la política.

"Toda percepción estética, de fondo, convoca a pensar lo humano, a afirmar el conflicto y elegir. Un mundo postpolítico, totalitario y controlado por el mercado sólo es viable si abandonamos la razón y la sensibilidad. Es fundamental reinventar nuestro despliegue frente a las adversidades", asevera Ñáñez.

A esa misma conclusión llega el señor Palmar después de vender sus termos de café en una esquina del centro de Caracas: "Uno tiene que darle duro, ingeniárselas todos los días, sin cobardía".

Nazareth Balbas

Publicar un comentario

0 Comentarios