Análisis / A propósito de la “liberación” de Leopoldo



Si algún aporte inmaterial le hizo Hugo Chávez a este país fue la democratización de la política. Eso de poner a todo el pueblo, no a hablar de política sino a HACERLA efectivamente en todos los espacios (comunitarios, laborales, educativos, familiares, virtuales). Somos un pueblo apoderado y montado encima del ejercicio de la política; no de su discurso borracho sino de su hechura práctica y casi cotidiana. Increíblemente un montón de gente que presume de “formada”, “instruida”, “bien informada” y otras pelucas, justo en este momento anda demostrando, no que es inhábil para ejercer la política, sino que NI SIQUIERA SABE QUÉ ES LA POLÍTICA.

A ver. Uno puede jugar, con la palabra y desde la computadora, a ser implacable, irreductible y absolutamente “indevolvible”, como dijo el güevón de Ismael García hace unos años. Por cierto que, en vista de que hay tanto loco frenético del lado de allá, hace falta gente así de nuestro lado, para mantener el juego de las tensiones. Tenemos gente aguerrida, firme en su extremismo, gente que uno escucha o lee y da la impresión de que un día se trazó un camino y nada lo apartará ni un milímetro de ese camino. Gente que nunca negociaría nada porque mirar para los lados o por el retrovisor en una autopista es síntoma de traición. Revise su vida privada y verá: esa gente nunca se ha tomado una cocacola porque eso es del imperio, no se mira en el espejo porque la vanidad es una tara burguesa, no usa ropa comprada en almacenes porque esa ropa fue hecha por esclavos, no se monta en vehículos a gasolina porque la quema de combustibles fósiles destruye el medio ambiente, no vive en casas de cemento por la misma razón, no se limpia el culo porque eso le puede ensuciar las manos. Ah gente pa ARRECHA carajo. Es importante que haya gente así y es una lástima que esa gente no exista.

No es que en política sea válido negociar con el enemigo. No señor: es que, disgústele a quien le disguste, la política CONSISTE EN NEGOCIAR CON EL ENEMIGO. Y disgústele a quien le disguste, no es Nicolás Maduro el único político del mundo que hace esas cosas. En eso invirtieron su energía, su talento y su tiempo señores como Bolívar, Fidel, el Che, Gandhi, todos los Stalin, Roosevelt, Clausewitz, Carlomagno y Francisco de Miranda de la historia. Hay gente que cree que para ser un político digno hay que trazar una línea recta entre el punto de partida y el de llegada y no apartarse de él jamás. Avanzar sobre esa raya aplastando y destruyendo todo como un rinoceronte, un tractor o un elefante. Si eso fuera la política entonces los mejores políticos del mundo serían elefantes, tractores y rinocerontes. Pero la política es una construcción humana y los seres humanos nos caracterizamos por pensar, hacer filigranas, esquivar, retroceder, detenernos un rato, avanzar. Así es la historia humana y, por lo tanto, la historia de la revolución: se empuja, asalta, cae, cede, se repliega, después vuelve a avanzar. El que no aprendió esta lección no es un tipo arrechísimo y valientísimo sino un ignorante que “se formó políticamente” viendo películas gringas de héroes imposibles que nunca retrocedieron, lo pensaron dos veces o se equivocaron.

Cuando uno entrena a un boxeador o elige a un vocero puede exigirle muchas cosas, menos que se pare cada cinco minutos en mitad de una coñaza a consultarme qué es lo que tiene que hacer o decir. No es que uno no pueda arrecharse o lamentarse de algunas decisiones que tome ese tipo en mitad de la pelea. A menos que tú creas que en su lugar hubieras hecho algo más arrechísimo, glorioso y heroico que ese que está ahí frenteando, en cuyo caso lo mejor es que te montes en el ring y te pongas a echar coñazos en persona. En los estadios los análisis más brillantes de lo que hay que hacer se escuchan en las gradas.

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