Quemar la comida: táctica para impedir la Constituyente



El panorama es desolador: bultos y bultos de comida quemada. Mantequilla, pasta, carne, azúcar -derretida-, leche, arroz, por toneladas. Entre 50 y 60 en total, de las 180 que se encontraban en la noche del jueves, cuando dos personas ingresaron y prendieron fuego el depósito de Mercal que se encuentra en Lechería, frontera con Barcelona, el mayor del estado Anzoátegui. El incendio duró casi una hora. Se retiraron con el edificio en llamas y tres pintadas: “chavistas malditos”, “no más hambre”, y “viva Leopoldo”.

Se sabía que el edificio era un objetivo militar. No solamente el Mercal, sino también el Pdval y el Abasto Bicentenario, que ya había sido atacado con bombas molotov. Esta vez, con un esquema de ataque furtivo y nocturno, lograron parte del objetivo que era destruir hasta el mismo galpón.

El hecho marca dos elementos. El primero es que el eje económico está en primer plano del intento de asedio hacia el golpe de Estado. Así lo indicaba el aumento de precios sostenido -en las calles de Barcelona el kilo de harina de trigo subió de 4.500 a 9.000 bolívares en una semana, y el azúcar de 5.000 a 7.000 bolívares en tres semanas- y los ataques, tanto secuestros como trancas, a camiones de las redes de distribución de alimentos del Estado. Ante eso, en Anzoátegui ya existe un plan por parte del gobierno para custodiar los camiones en el recorrido desde la entrada al estado hasta el depósito final.

El segundo elemento es la frontalidad del ataque. Hasta el momento, la trama de la guerra económica se había desarrollado casi siempre en las sombras, el anonimato, la negación de su misma existencia: omnipresente hasta invisibilizar a los responsables y culpar al gobierno y su modelo. Con esta acción, la guerra emerge y se muestra como tal, necesita desabastecer a los sectores más humildes en este plan de asalto, dicen, final, que está en marcha.

-La oposición está jugando con el hambre del pueblo, ellos tienen plata, nosotros no.

Dice una señora mientras prepara bolsas de comida con lo que quedó en el Mercal. Los quince productos que serán entregados a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción cuestan 10.870 bolívares. Su precio de calle sería unos 140.000 bolívares -el sueldo mínimo es, con cesta ticket incluidos, 200.000. La comida subsidiada es primordial en este escenario de aumento de precios que asfixia. Quemar el Mercal significa atacar directamente a los sectores populares: esa comida va destinada a escuelas, centros de salud, geriátricos, misiones sociales, casas de alimentación, consejos comunales. Las clases medias altas y altas no dependen de esos alimentos.

-Anoche estaba sufriendo y lloré por esto, porque esto nos pertenece a nosotros todos.

Dice un hombre ante el barro de escombros, restos de comida, y cenizas que están en el piso del Mercal. Esa frase condensa una pregunta: ¿qué legitimidad puede reunir la derecha con una acción de este tipo? Sus voceros afirman que fue un autoatentado del gobierno -como el ataque del helicóptero al Tribunal Supremo de Justicia, y el Ministerio de Relaciones Interiores, Justicia y Paz- y se deslindan de toda responsabilidad, con el apoyo de los medios de comunicación que los acompañan en la construcción de la matriz. Aun así, ¿es posible que, más allá de su base social radicalizada, sectores mayoritarios de la población aprueben el hecho o crean que fue obra del gobierno? Pareciera que no.

La pregunta es entonces otra: ¿buscan legitimidad o avanzan en acciones de guerra frontales que saben que no reunirán consenso? En el segundo caso sería una muestra de desesperación en el intento de quebrar la correlación de fuerzas, el predominio de una línea de guerra que ha aceptado que resulta imposible sumar a los sectores populares desde la política, y que es necesario llevar a escenarios mayores de desesperación y caos que puedan generar explosiones sociales. Atacar para quitar la comida es, dentro de esa lógica, la mejor táctica.

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Este asedio a la economía está superpuesto a los otros ataques. El plan es no dejar espacio de escape: si no es la comida, que sea la violencia, el miedo, los destrozos a comercios, instituciones del Estado, espacios populares, las trancas por horas, los asaltos a cuarteles militares y policiales, los muertos de cualquier signo político -siempre jóvenes-, los linchamientos y asesinatos selectivos a chavistas. Que nunca exista respiro, que la cotidianeidad sea una batalla en todos los frentes, que el chavismo recule, la base social de la derecha avance -con sus grupos de choques, malandros y paramilitares al frente- y en el mundo de las clases populares se repliegue de la política o salga a las calles ante oportunidades de saqueo.

La derecha no obtiene los resultados esperados. Su base social no logra aumentar su capacidad de movilización, una parte creciente de la población rechaza el despliegue de violencia, y el chavismo resiste. Por eso aprietan sobre la economía, apuestan a traiciones públicas -como Luisa Ortega Díaz y Miguel Rodríguez Torres-, al desprendimiento de sectores cívico-militares del chavismo, vuelven a los desplieguen de asedio sobre diferentes localidades, como Aragua y Barquisimeto esta semana, y siguen con el anuncio de conformación de un gobierno paralelo.

El tiempo es este mes. Todo el bloque reunido bajo el eje anti-Constituyente, que responde a la estrategia de los Estados Unidos, apuesta en esa dirección. Por eso el incremento de las acciones, las formas de violencia, de las muertes, de las acciones abiertas de guerra como la quema del centro de abastecimiento de Mercal y el ataque desde el helicóptero -con alta carga simbólica. Resulta difícil saber hasta dónde pueden llegar: su objetivo es claro, sus métodos son todos los que puedan utilizar según las condiciones y la escalada.

Es momento de inteligencia y unidad del chavismo, tanto para resistir la guerra que ya no se esconde, como para lograr una participación alta en las elecciones 30 de julio. Y para dar respuestas materiales -no solamente de alimentación- a problemas que se viven en los sectores populares que alejan a muchos de la política, los sumergen en la resolución de las urgencias diarias. La batalla parece ganarse con política y resolución de problemas concretos.

El Furgón

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